sábado, 16 de diciembre de 2006

RECUERDOS

Una de las definiciones que el diccionario de la R.A.E. dedica a la palabra “recordar” es “Despertar el que está dormido”, si bien aclara que tal uso es propio sólo de algunos países hispanoamericanos. Me parece muy acertada esa definición, porque recordar consiste, en muchas ocasiones, precisamente en eso, en despertar algo que se encuentra en estado de hibernación en nuestro interior. Los recuerdos tienen una capacidad extraordinaria de alterarnos, sean positivos o negativos, y nos pueden alegrar o entristecer, aunque yo creo que más a menudo esto último. La vida va archivándose en recuerdos, y la mayoría de las veces no somos conscientes de que ese momento en concreto lo vamos a recordar, y al revés, en ocasiones lo que creemos más digno de memoria, se olvida con celeridad. Aunque no siempre lo que se recuerda son hechos, o nombres, o lugares, o personas. A menudo lo que queda impresionado en el negativo de nuestra memoria es un olor, un sonido, una canción o una voz, que nuestro cerebro, caprichoso, relaciona entre sí, y una canción, por ejemplo, consigue evocar una voz, un lugar, un perfume, ... y van llegando todos seguidos, unos tras otros, como sacaríamos las cerezas de un cesto. Otras veces los recuerdos nos mienten, y tratan de confundirnos, o nos abruman y aturden, o recuperan penas pasadas que vuelven a entristecernos. Deberían poder construirse, como una casa, para refugiarnos en ellos cuando el presente sea cruel y nos trate de agredir, y, al revés, poder destruir los que nos perjudican, olvidándolos. Pero, eso, olvidar, es harina de otro costal. Qué difícil es seguir el ejemplo del poeta, y prenderle fuego a todo aquel pasado que nos gustaría poder acallar:
Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
(“Momentos felices”. Gabriel Celaya).

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