domingo, 10 de diciembre de 2006

LA SOLEDAD

El otro día veía un reportaje en la televisión acerca de la soledad que sufren muchos ancianos, y las medidas sociales adoptadas para tratar de paliar ese problema. Es difícil que un programa de televisión pueda reflejar la profundidad de la cuestión y, además, las personas mayores, que fueron educadas de una forma distinta a la nuestra, son generalmente demasiado amables y tienen suficiente pudor como para expresar la profunda tristeza que les provoca esa situación de abandono, lo que nos obliga a adivinarlo en sus miradas apagadas y en su sonrisa triste. O quizá sea resignación. En cualquier caso, me ha hecho pensar acerca del egoísmo y el materialismo que nos inunda. Cada vez más esta sociedad se parece a un niño malcriado, caprichoso, que abandona sus juguetes rotos o, a veces, sin tan siquiera esperar a que se rompan, y, borracha de hedonismo, sólo valora lo que le da satisfacciones inmediatas y, las más de las veces, efímeras. Al final casi todos serán (espero que “seremos”) viejos, y tal vez lleguemos a ese punto del camino solos, padeciendo entonces en nuestra propia existencia este mal que ahora consentimos. Y no falta tanto para llegar a esa meta. Recordemos lo que escribió Benedetti:

Todavía tengo casi todos mis dientes,
casi todos mis cabellos y poquísimas canas.
Puedo hacer y deshacer el amor,
trepar una escalera de dos en dos
y correr cuarenta metros detrás del ómnibus;
o sea, que no debería sentirme viejo;
pero el grave problema es que antes
no me fijaba en estos detalles”.

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